12 enero, 2022

ESPARRAGOSA EN "LA SENDA DEL REY"

 




En 2018 se publicó la novela histórica La Senda del Rey, de la escritora extremeña Rafaela Cano, oriunda de Campanario y profesora de Lengua y Literatura. Esta obra de 501 páginas publicada por la editorial Grijalbo fue ganadora del II Premio Caligrama narra cómo se fraguó el decreto de expulsión de los moriscos por parte del rey de España Felipe III, en 1611, lo que obliga al protagonista Tristán a abandonar su hogar en la aldea de Magacela y a su amada Mencía. El enfrentamiento entre moriscos seguidores de Mahoma y aquellos otros que han abrazado la fe en Cristo, el amor imposible entre Mencía y Tristán, el vergonzante y oscuro pasado de Elvira, el valioso secreto que la biblioteca de San Lorenzo de El Escorial atesora tras sus muros y la locura que la pérdida de sus preciados libros desata en Muley Zaidán, sultán de Marruecos, son algunas de las tramas que se entrecruzan en esta emocionante y épica novela histórica, que tiene como punto de partida nuestra región, Extremadura. Entre sus páginas, podemos encontrar una breve referencia a Esparragosa de la Serena, aunque no se la cite por su nombre, en concreto a la antigua ermita de Santiago en la dehesa de Candalija, un santuario que existía en el siglo XVII, en el momento en el que transcurre la novela, y que el historiador Javier Campos, en su artículo Breves apuntes sobre la religiosidad en Esparragosa de la Serena a lo largo de su historia (2007), describe de la siguiente manera:

A pesar de que algunos autores profundizan en que en la actualidad no queda vestigio alguno, nosotros preferimos decir que los testimonios que afirman su existencia, hacen que nos decantemos por la ermita de Santiago en Candalija, perteneciente al término municipal de Esparragosa hasta el siglo XIX, y lugar de Juntas  de las Villas mancomunadas de la Tierra de Benquerencia. Mencionada en 1569, no obstante los únicos datos con relación a su estado y características son de 1634. Se trataba de una ermita pobre, apenas mantenida de algunas limosnas pedidas por el mayordomo los domingos en la iglesia parroquial. Además del mobiliario de escaso valor, en sus inmediaciones existía un huerto cercado con muretes de piedra, recinto que contenía un pozo de agua y algunos árboles frutales cuya producción era aprovechada por el santero encargado de su cuidado. Conforme a la descripción de edificio las paredes de la ermita eran de mampostería revocada de cal y en los estribos del ábside y en las restantes esquinas se mezclaba la piedra de cantería con mampostería. La puerta de la ermita la formaba un arco de cantería con sus puertas de pino con clavazón de hierro, cerrojo, cerradura y llave, posiblemente abierta a los pies. Sobre la puerta se hallaba un pequeño campanario de piedra labrada y en él un esquilón, también pequeño. El cuerpo de la ermita estaba enmaderado con tabla y cuartones de pino y por “ser muy delgados era necesario poner otros ”. Según el visitador, informado por los diputados de su visita, la techumbre era poca, segura y endeble.

Esta ermita, pues, aparece mencionada en la novela de Rafaela Cano, en un capítulo en el que los moriscos de Magacela se han visto obligados a abandonar sus hogares y sus tierras, y se encaminan hacia el sur tomando la llamada Senda del Rey, una ruta que forma parte del Camino Mozáraba del Camino de Santiago, que parte desde Córdoba y atraviesa Extremadura. 

La caravana, como un gran gusano, se adentró en las grandes dehesas de pastoreo, señoras orgullosas de los campos de La Serena, que escoltaban a ambos lados la Senda del Rey. Bandadas de perdices salpicaban el limpio cielo primaveral mientras que algunos buitres leonados acechaban desde lo alto de las encinas a las ovejas parturientas para lanzarse sobre las placentas o los recién nacidos muertos. A medida que avanzaban, los canchales y pedregales iban adueñándose de los términos de las dehesas hasta que, por fin, el campo se llenaba de cantuesos y retamas donde los conejos campaban a sus anchas. 

A primera hora de la tarde los soldados avistaron el pequeño campanario de la ermita de Santiago en la Dehesa de Candalija, perteneciente a la villa de Benquerencia, y dieron el alto. Las voces de los hombres para detener a los animales y el sonido del crujir de las galgas inundaron el aire tibio de la tarde. Ordenaron aquellos que no se deshiciera la caravana, sino que soltaran a los animales para darles de comer y agua. Las bestias, liberadas de las gamellas, se aproximaron al arroyo y las mujeres comenzaron a sacar las cestas con la comida.

Las puertas de la ermita estaban abiertas y algunas mujeres se acercaron hasta allí para rezar. Tres frailes franciscanos estaban arrodillados en uno de los pocos bancos y miraron a las intrusas con desconfianza. Luego se levantaron, y ya en la salida, buscaron a los soldados para comunicarles que les acompañarían durante todo el camino hasta Sevilla. También en la salvación de sus almas había pensado el conde de Salazar. 

 

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