11 enero, 2022

ESPARRAGOSA EN "LA AGONÍA DEL BÚHO CHICO"

 



El escritor e historiador extremeño Justo Vila (Helechal, 1954) narra en este libro publicado en 1995, la historia de varios hombres y mujeres que, por pertenecer al bando perdedor en la Guerra Civil Española, se ven obligados a huir a la sierra en busca de refugio. Esta es, en palabras de Manuel Pecellín (filólogo, profesor y estudioso de nuestra región, además de miembro de la Real Academia de Extremadura), “la mejor novela de cuantas han abordado la historia de los guerrilleros en Extremadura”. Cuando se publicó, en 1995, por la editorial pacense Del Oeste Ediciones, tuvo una gran acogida por parte de los lectores y de la crítica. Narra la historia de un grupo de personas que, tras acabar la guerra civil española, abandonan sus pueblos por miedo a las represalias y se esconden en las sierras extremeñas de La Siberia y de La Serena. Estos huidos o maquis forman la partida de Alonso “Veneno”, condenado a la pena de muerte como autor del delito de adhesión a la rebelión militar que, tras pasar por el campo de concentración de Castuera y escapar de la cárcel de Puebla, se refugia en la Sierra de Cantosnegros. Son hombres y mujeres que sueñan con recuperar las libertades arrebatadas por el nuevo régimen franquista. Sobreviven en condiciones muy precarias, pero continúan en la lucha, con la esperanza de que los aliados intervengan a favor de su causa. Pero después de la aventura fracasada del Valle de Arán en 1944, tienen que replantearse la estrategia guerrillera. Entonces toman una decisión desesperada que tendrá terribles consecuencias para la partida.

La agonía del búho chico es una novela donde se mezclan realidad y fantasía. Está sustentada en un gran trabajo previo de documentación; no en vano, Justo Vila es un gran conocedor de la historia reciente de la región extremeña. El escritor extremeño demuestra también un gran conocimiento de los territorios y escenarios en los que se desarrolla la trama de la historia –las comarcas extremeñas de La Siberia y de La Serena–, y de la flora y la fauna de la zona. Y hace gala, además, de un dominio asombroso del lenguaje. 

Como curiosidad, cabe señalar que nuestra localidad, Esparragosa, aparece mencionada hasta en tres ocasiones a lo largo de la novela, y en dos de ellas en relación con un producto por el que somos conocidos no solo en la comarca de La Serena, sino en la provincia de Badajoz y en Extremadura: el vino, que se elabora de manera artesanal, tanto en los hogares particulares como en las bodegas que existen y que producen en gran cantidad para la venta fuera de la población. La tradición vitivinícola viene desde antiguo, y Justo Vila lo quiso reflejar en cierto modo en la novela, que transcurre en los años posteriores al final de la Guerra Civil, en la década de 1940. En una escena de la obra, un grupo de guerrilleros protegidos por los vecinos de una población cercana al lugar en el que actúan, se reúnen a escondidas en el interior de una taberna de Castuera, donde les ofrecen productos típicos de la tierra, queso de oveja, productos de la matanza del cerdo como chorizos, morcillas y salchichones y otras viandas, y en un momento dado, alguien les obsequia con el afamado vino de Esparragosa:

Perrachica, que tan solo mes y medio atrás, había cocinado para el gobernador civil, Joaquín López Tienda, y para el presidente de la Diputación, Juan Murillo, en una montería organizada por los falangistas de Villarta y Fuenlabrada, tenía la esperanza de que aquellos lo favorecerían en el momento de estrechar la mano del Generalísimo en la plaza de Castuera. Le quedaba un mes para organizarlo todo. En primer lugar, al día siguiente, asistiría a la reunión comarcal de Falange en Castuera, en representación de Villarta. Lo estaba viendo. Todos apoyarían su propuesta. Nadie podría negarse a nombrar hijo adoptivo de los pueblos de la comarca al excelentísimo gobernador civil, su jefe provincial. Además, estaba también la notificación del mismísimo secretario particular de López Tienda, instándole a preparar una nueva montería para el ventiuno de ese mes. Tenía que andar ligero. Así fue como Antonio el Perrachica, en la mañana del diecinueve de noviembre, se dirigió hacia Castuera con el fin de poder hablar antes con algunos camaradas de toda confianza para que apoyasen su propuesta.

Por eso, cuando, en el mediodía del diecinueve, Juan el Trapero llegó a Cantosnegros con la noticia, coincidiendo con el fin de una reunión de jefes de las partidas, casi todos acabaron en la venta de Perrachica aquella noche. Allí fueron a parar el Francés, Chaquetalarga, Quincoces, el Manco de Agudo, el Chato de Malcocinado, casi todos los de Veneno, hasta Nieta, y unos pocos huidos y falsos serranos que trataban de confundirse tras un hurto o un atraco y a cuyos oídos había llegado también la noticia del asunto de las muchachas de Puertollano. Porque, Antonio el Perrachica, había contratado en la ciudad manchega, dos días antes, a cinco hermosas bailarinas que eran como cinco flores de jara recién estalladas, aunque no entendiesen nada de monterías ni de bailes, según Juan "el Trapero". También había conseguido un cono de cien litros del mejor vino de Esparragosa de la Serena. La mezcla era una llamada de necesidad para menesterosos faltos de una caricia femenina, de un roce clandestino, de un contacto falsamente ingenuo, de una palabra tierna, de una frase delicada y suave, de un equívoco de amor, de un capricho, de un galanteo satisfecho, de un antojo complacido, aunque fuese comprado. (...)

Aquella noche de noviembre, los que la habían visto anteriormente la echaban en falta. Otros, los que solo habían oído hablar de ella, esperaban impacientes. Pero la Rosario que no aparecía. La Rosario, que se hacía aguardar y empezaba a desesperar a los más impacientes. Y la pitarra de Esparragosa que corría por las gargantas con generosidad. Y la algarabía, la bulla, el jaleo, el vocerío subía de tono; las de Puertollano se desvivían por atender a la cuadrilla; los hombres servían el vino colorado sin intermediarios; el Abogao apareció entonces con una pata de cerdo y una ristra de chorizos. 


 

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